La práctica de las Virtudes por Amor son la sal de la tierra en un cristiano y sin ellas la sal se vuelve sosa como nos enseña Nuestro Señor en el Evangelio. El P. Valentín mantuvo siempre ese Fuego Divino con los pequeños palitos de la Oración, Mortificación, Humildad, Desasimiento y sobre todo con su ardiente Caridad. Estas tres últimas las cuido especialmente por tratarse de las virtudes teresianas por excelencia, que la santa abulense indica en el Camino de Perfección.
Por los frutos de santidad en la Vida del Fray Valentín podremos conocerle como nos indica el Divino Maestro.
Todo el mundo que le conoció sabe que vivió hasta los últimos días la observancia eremítica del Desierto de Batuecas. Pasaba muchas horas del día y de la noche en oración silenciosa ante el Tabernáculo. Los religiosos que convivieron con él en el Desierto son testigos de la ejemplaridad de su vida en asidua oración, austeridad y trabajo manual, al que daba gran importancia y al que cada día dedicaba varias horas a pesar de su avanzada edad. Otro punto en el cual insistía mucho el Padre y que el procuraba practicar, era en la guarda de la Presencia Amorosa de Dios. Como muchas veces el diría la orden del Carmen Descalzo es la orden de la contemplación, de ese caer en la cuenta de que Dios continuamente nos mira “Mira que le mira”.
Durante toda su vida practicó los ejercicios de penitencia que a pesar de su edad y enfermedad última nunca dejó. Aunque fueron suprimidas las disciplinas de las constituciones carmelitanas postconciliares, el P. Valentín siguió dándoselas tres o cuatro veces a la semana. También continuó utilizando el cilicio casi todas las mañanas. Estas prácticas las aumentaba cuando llegaban los tiempos fuertes de Adviento y Cuarema. Siempre llevo sandalias sin calcetines, incluso en los gélidos inviernos de castilla hasta los 90 años. La genuflexión, aunque le costara trabajo hacerla reverentemente, la hizo hasta que cayo enfermo de la pierna con 92 años.
Otra muestra de su paternal caridad hacia sus hermanos era cuidar de sus necesidades básicas naturales. En el P. Valentín caló muy hondo el Humanismo Teresiano. Muestra de este espíritu humanístico era el cuidado que ponía en que las comidas. Aunque en el Santo Eremitorio se debía de cumplir la abstinencia perpetua de carne como manda la Regla Primitiva, el P. Valentín insistía al hermano cocinero que la caridad en su oficio era preparar las comidas de forma sabrosa y que estas fueran abundantes, que ya el Señor le pediría a cada religiosos la mortificación que debería hacer en las comidas.
Pero si hay que destacar alguna virtud en especial fue su profunda humildad y obediencia que le llevaba a una ardiente caridad hacia el prójimo y en especial a sus hermanos de religión. Siendo ya el P. Valentín nonagenario muy cariñosamente le pedía al Padre Prior poder visitar al también nonagenario y compañero del filosofado de Ávila P. Bernardo del Santísimo. Este padre tenía achaques propios de la edad y a veces tenia que reposar en cama. Los casi centenarios ermitaños pasaban un gran rato en espiritual conversación. El P. Valentín como siempre acostumbraba refería hechos y dichos de santos. Tanto enfervorizaba las palabras del P. Valentín al P. Bernardo, que después este padre le comento en varias ocasiones al P. Prior, haciendo gestos de encomio con admiración de lo que habían hablado:
“El P. Valentín va a los altares, le verán en los altares”